Thursday, April 26, 2007

Je Ne T'aime Plus


En el servicio andaluz de salud los funcionarios en horario de trabajo se convierten en individuos semiciegos y semisordos. No hay otra explicación razonable al hecho de que aparezcas a las 13:55 horas de la tarde en su oficina, cumpliendo horario de atención al público, y sus miradas queden suspendidas entre sus grupillos de colegas, entre risas especiales de funcionarios…, y entre tanto, algún otro se entretiene comprando décimos de ciegos.
No fueron ni una ni dos ni tres veces las que me acerqué, miré, intenté interrumpir, miré al cielo y finalmente me cansé de esperar, consciente de que nadie se estaba percatando de mi presencia. Pasaron unos diez minutos y seguía dando vueltas cual espermatozoide impaciente a aquel óvulo de administrativos inconscientes, desconocedores de que un ser extraño a su ocioso ámbito había irrumpido en su bioclima de ordenadores polvorientos.
Para quien le interese, informo que hay abierta una bolsa de empleo público por la conserjería de salud. Fue de una de las noticias más relevantes que pude leer en los múltiples tableros que quedaban suspendidos de las paredes, aburrida de pasar por mujer invisible. Después de haberme sentado y estar absorta en mi cuaderno de notas, escribiendo la entradilla de esto que ahora leéis, un señor con barba de un par de días se acercó a mí con cara de no haber visto nunca a una chica rubia y me confirmó que mi psicólogo no tardaría en llegar. ¿Alguien sabría decir qué es peor: los males de espíritu o el dolor más terriblemente superficial? Cuando creía haber resuelto esta y otras tantas preguntas que circulaban por mi cabeza desde hace mucho, me di cuenta de que quizá el dolor físico en ocasiones supere a los desalojos mentales.
Tres días más tarde tuve que visitar de manera inesperada el controvertido hospital de este pueblo en el que por ahora vivo de manera accidental. Y fue de esta manera tan inesperada como mi muela del juicio decidió empezar a mover cada uno de mis perfectos perlas dentales. Un dolor horrible recorría el lado derecho de mi cara. Un domingo trágico que tocó su fin a las 00:00 cuando un amable doctor House decidió poner fin a mi sufrimiento con una inyección de calmante que adormeció por algunas horas mi cansado subsconsciente. La muela sobrevive entre antibióticos, algún “nolotil” repentino y secretas sesiones de acupuntura.
A los tres días siguientes, de nuevo cita en el hospital, esta vez en el dermatólogo. Eran las doce de la mañana cuando atravesaba el dintel de las puertas color manzana de la consulta, cinco minutos más tarde, una nueva inyección. La dermatóloga consideró oportuno hacer desaparecer la mancha que acompañaba desde mi nacimiento mi ojo derecho. Una especie de navaja paso varias veces a tres centímetros de mi ojo y algo que aún no acierto a adivinar quemó para siempre aquella imperfección tan absolutamente mía. Qué suerte que al menos pueda desaparecer alguna, tan rápido, aunque sea a golpe de bisturí, apósitos y demás objetos de orfebrería.
Lo cierto es que me parece que en una semana he cubierto el cupo hospitalario de más de un año, creo que mi contribución a la seguridad social como población activa está más que amortizada. No queda mucho más que contar desde y sobre el horripilante hospital del innombrable pueblo en el que me paseo obligada por los hilos del incomprensible destino en el que me encuentro. Para mis amig@s, aunque no tenga la mota en el ojo, me reconoceréis fácilmente, no os preocupeis, estoy bien, mi aspecto es parecido al de siempre y mi salud mental …, como los funcionarios, en las nubes, como siempre.

Friday, April 13, 2007

"ridiculus"

Me preguntaba si hace unos días Luis García Montero cuando jugaba a rimar palabras con caramelo pensaba que quizá la rima curase su malogrado ojo. Un juego que disfrazaba el orzuelo, que a su vez, era tapado por unas gafas oscuras que velaban la languidez de la mirada del poeta y lo hacían parecer descafeinado, aunque quiso conservarse entero en su eterno sentimiento, en toda la extensión, cosmopolita y siempre sentimental, un clásico posmoderno. Posiblemente no sea una locura pensar que horas más tarde el uso especial del término “caramelo” propiciase una repentina curación en los ojos del escritor.
El señor Potter hablaba de algo parecido. En la academia de magia más importante del mundo hacían desaparecer el miedo con una receta lingüística bastante socorrida y fácil. Cuando los temores más profundos se encuentren frente a ti, solo has de pronunciar, rotundo, un “ridiculus” alto y claro, convencido de que el término latino, con todo lo que tiene de espectacular nuestra madre lengua, haría desaparecer los terroríficos temores que acechan la tranquilidad del alma del ser humano.
Hacía más de veinte años que no veía ni hablaba con mi abuela. Me telefoneó y me citó para el día siguiente. Existe una infección en la sangre que se manifiesta en las capa más externa de nuestra piel en pequeños grupos de herpes que quiebran la epidermis, producen escalofríos, punzadas y fiebre. La afección es vulgarmente conocida como “culebrilla”. La mayoría de los médicos reconocen que la medicina aún no ha encontrado nada realmente eficaz contra ella, sin embargo, existen personas que son capaces de hacerla desaparecer en tan sólo nueve días.
Mi abuela aquella tarde quería dejarme un legado. Ella sabía aquel conjuro. La tradición dice que la oración debe pasar a un heredero con una supuesta sensibilidad especial y una fe fuerte como para poder creer en aquellas palabras enhebradas de magia y curar.
Cuando salí de casa de mi abuela, agarré con fuerza el papel en el que había escrito aquel legado, lo doblé mil veces en mi bolsillo, incrédula de sus posibilidades, abrumada por aquel cargo y amedrentada por tener que desempeñar algo relacionado con ese mundo oscuro al que tengo tanto miedo. En casa, escondí la oración en uno de mis libros, y pensé que allí habitaría mucho tiempo. Meses más tarde mi padre se aquejaba de picores punzantes en la espalda. Al mirarle me di cuenta de que aquello era uno de esos herpes. Jamás pensé que el incrédulo de mi padre me pediría al instante que le curase. Aunque más me sorprendió mi diligencia al buscar mi trozo de papel escondido, y que rezaría aquellas palabras en voz baja concentrada en no sé qué, pensando en las musarañas destruí los tres geranios necesarios, convencida de que todo aquel teatro servía para algo. Nueve días más tarde, nueve curas después, mi padre tenia la espalda limpia. Se había curado.
Lo creo porque fueron mis dedos quienes lo hicieron. Hace mucho tiempo ya que había dejado de pensar en magia, en conjuros, en brujas… no sé si más por miedo o por querer convertirme en alguien cuerdo. Ahora, sin embargo, creo que no somos conscientes del poder oculto de las palabras, quizá haya algo más detrás del significante y más allá del significado. Quizá los modelos triangulares, cuadrados y posteriores aún sean insuficientes. ¿Existirá una tela de araña que envuelva transparente la supuesta armonía de la sintaxis? Quizá no seamos conscientes que el uso perfecto de ciertos grupos de palabras puedan resultar mágicos o poderosos, quizá algo parecido a un romance medieval con adjetivos verdosos y un lenguaje algo paralítico pueda ser la llave para hacer desaparecer los herpes, quizá el caramelo poético sea el borrador de los ojos tristes y vidriados del orzuelo, quizá esté en el balcón de nuestros labios la manera increíble de reformar a nuestro gusto el mundo entero.