Tuesday, August 28, 2007

telegrama



Mensaje exclusivo para FM´s


No puedo publicar la totalidad de la conversación que mantuvimos Uba y yo ayer, lo cierto es que es urgente que nos reunamos. La cita perfecta podría ser mañana cuando el sol está más alto y agosto coletea triste en su inminente marcha.

Un almuerzo conjunto podría solucionar graves problemas mundiales que la mismísima CIA ha dejado por imposibles. Sólo nosotras podemos hacerlo.

Se ruega confirmación.

Punto de encuentro: Córdoba

Hora: 14:00.

Importante: no olvidar la contraseña

Pista: ACSFUF


Fdo. Rubita dinamita.

Wednesday, August 22, 2007

ya no te quiero, agosto



El verano se acaba y no seré yo quien lo impida. El gris renace de la mediocridad del punto medio, del divorcio del blanco y negro, y empieza a quedar fuera de lugar en este final de agosto decadente, demasiado fabuloso. Este octavo mes pesimista e infecundo aborta la voluntad de la metamorfosis que oxigena lo que más me gusta, el concepto de lo nuevo.
Estamos en una agonía racional que es preciso agotar: el final del verano. Adiós por fin a las rayas marineras, al dulce olor a coco de cada uno de los miles de bronceadores baratos, bye a los bikinis y a quien inventó el triquini. Fuera el mediodía odioso de desnacidas pinceladas amarillas. Se acabó el penetrante y renovador aroma a cloro…
El otoño serpentea entre las lágrimas de cocodrilo de los domingueros y veraneantes tardíos de esta quincena cansina, y a pesar de las plañideras, las hojas volverán a caer, sin poder desafiar una vez más la ostentosa y anticuada, ley de la gravedad. Los escaparates se teñirán de típicas paletas de mokas y chocolates, de azules azafata y las bufandas rodearán eróticas mi cuello como los mejores brazos, llenos de besos furtivos, los mejores, siempre húmedos.
Vuelta a casa, los jardines quedan desiertos, se abandonan las miradas al mar, y hundir los dedos en la arena, la ciudad se resiente con la pérdida de sus mayores adeptos en estos meses secos, los adoquines necesitan humedecerse con las bellas gotas de agua de las primeras lluvias, las primeras humedades, las manchas de hierba y mis adoradas setas.
Mi enfermedad invernal se acerca, se vierte en café caliente, cine, jerseys, libros de literatura y marchas forzadas a mi feliz vida inventada. Inundada en lluvia, te saludo: bienvenido, mi amor, mi querido y húmedo invierno. Siempre tuya,
Majo

Sunday, August 19, 2007

en el vestíbulo: up and down



Andy Warhol decía: “… otra forma de ocupar más espacios es la de ponerse perfume. De los cinco sentidos, el olfato es el más cercano al dominio pleno del pasado. El olor puede realmente transportarte. Ver, oír, tocar, degustar, no son tan poderosos como el olfato si quieres que todo tu ser regrese por un instante al pasado Por lo general, no quiero hacerlo, pero al tener los olores retenidos en un frasco, puedo llevar un control y puedo oler únicamente los olores que quiero, cuando me da la gana, para recordar lo que en aquel momento se me antoja. Tan sólo por un instante. Lo bueno de la memoria olfativa es que la sensación de ser transportado cesa en el momento en que dejas de oler, de modo que no hay efectos secundarios. Es una manera muy limpia de recodar.
Antes, los olores de mi vida eran los que por casualidad llegaban a mi nariz. Pero entonces me di cuenta de que tenía que tener una especie de museo del olfato con el fin de no perder para siempre cierta clase de olores. Me encantaba cómo olía el vestíbulo del teatro Paramount en Broadway. Cerraba los ojos y respiraba hondo siempre que iba allí. Luego lo tiraron al suelo. Puedo contemplar todo el tiempo que quiera una foto de ese vestíbulo, ¿y qué? Jamás podré volver a olerlo. (…)”

Hoy he vuelto a recordar el olor del cigarro mezclado con la madera de mi ventana. Cada uno de los tornillos y del cristal semi transparente, encorsetado, semi perfecto, al marco que le tocó de compañero de por vida, quién sabe. Mismo escenario. De nuevo mis pensamientos perdidos entre literatura y lingüística. La carrera hoy más que nunca vuelve a comenzar. Misma meta y entre tanto, el pasado se desempolva preparado para un nuevo papel protagonista, fotos, fechas, garabatos, iconos de otras días resurgen y me distraen con su olor a papel viejo... y los sentimientos, perfectos, recientes como entonces. Una vez más el pellizco en mi débil estómago. Vuelvo a verte impasible en el horizonte, intacto en mi recuerdo, increíblemente atractivo, hombre de ciencias puras, idólatra de la cuadratura del indisciplinado círculo.
… y, cada mañana, un perfume, un viejo conocido visita mi dolorido olfato. Los rastros de menta de mi jabón me llevan de la mano al pasado y vuelvo a aquel pequeño lavabo blanco y espejo de plástico de la facultad... Mañanas frías en los pasillos desvencijados de filosofía y letras, amor soñado, esperado, libros de cartón, la misma espera, las mismas letras, yo misma, una vez más frente al espejo. Hay veces que siento que el tiempo se ha enamorado de mí, y me impide avanzar, receloso. Quizá yo tenga razón y no llegue a hacerme vieja. Las manillas del reloj me atan sin remedio, y se niegan a marcar mis segundos. Me encuentro en la ventana, escudriñando cada segmento por donde se escapa el aire... ha llegado el momento de desatar mis muñecas del desquiciado laberinto, del inalterable bucle que esclaviza mis sentidos al tacto empolvado, al parpadeo húmedo, a saber lo que ocurriría de nuevo. Odio escudriñarme en el espejo y conocer lo que veo, mismos latidos, tan conocidos, tan aborrecidos, aquellos que tanto amé y ahora me odian a mí o quizá sea yo quien haya empezado a conocer la abominable palabra y me niegue a hacerla pasar al vestíbulo de mi diccionario.
Un brindis por la retórica, ya se sabe, "vivir es ver volver".
Majo Caracuel

Wednesday, August 01, 2007

Hymn for my soul


No es que las musas me hayan abandonado, es que mi agenda se ha desbordado. Un escritor no solo escribe, también vive, y sin vida, la imaginación se entristece. El pasado fin de semana a&p fue invitado al concierto del mismísimo Joe Cocker. La cita, a las 22:00, se escondía como entre visillos, en una bellísima cala de la malagueña Playa del Cuervo.
Los conciertos y las citas son eventos en los que necesariamente se necesita una segunda persona, un/a interlocutor/a con quien disfrutar de los peces de colores. En mi caso, mi acompañante era un caballero alto, moreno, de una belleza autóctona fascinante, quien adornó la quebradiza voz del americano, dulcificando el ambiente.
No fue tan fácil como pueda parecer, y la llegada al concierto se convirtió en una auténtica aventura. Tarde como siempre, y vestida de verde rotundo, abandonaba mi habitación de hotel en el centro de la capital.
Cuando mi acompañante y yo informamos el destino de nuestro viaje al taxista, se volvió para avisarnos de que nuestro destino era lejano, unos diez kilómetros de donde nos encontrábamos. Mi anónimo amigo respondió que no importaba, teníamos que asistir a aquel lugar sin falta, asuntos de trabajo… El conductor del taxi frunció el ceño y metió primera como arrepintiéndose de su suerte al subirnos en su automóvil. Desde el cubículo trasero en el que nos encontrábamos, uno de esos taxis encorsetados en metacrilato agujereado, como separador del conductor por posibles viajeros desmelenados, se podía apreciar la costa y las casas agolpadas unas encima de otras. El paisaje malagueño me resulta parecido a un collage picasiano, las estructuras duras se combinan con edificios de poca monta y otras monstruosas alturas. El lujo se entremezcla con las fachadas preciosas en tonos turquesas que recuerdan a una Málaga mucho más bella, lejana como intacta y recuperada de otro tiempo.
Los edificios se perdían en la lejanía del cristal trasero del taxi y la luna llena era la única farola que iluminaba la autopista que atravesaba las montañas que bordeaban la costa. De repente, una bombilla parpadeante se alzaba como señal en el horizonte, a la derecha unas banderillas rojas y blancas indicaban un posible camino a la derecha. Un boby custodiaba una posible entrada al misterioso emplazamiento del concierto. El señor taxista pareció no haber apreciado nada y continuaba en línea recta. Necesitábamos bajar. “Por favor, de la vuelta, creemos que nos estamos alejando demasiado”. El responsable conductor nos informó que lógicamente no podía parar en mitad de la autopista, había que esperar hasta un cambio de sentido. Minutos más tarde, nervioso, giró el automóvil y harto de nuestras impacientes indicaciones, confirmó que no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba esa playa, ni el concierto, ni nada de nada. Estaba vergonzosamente perdido. Humillado como profesional de las direcciones imposibles, su vocación de taxista se vio irremediablemente herida y decidió parar, esta vez sí en mitad de la autopista y nos invitó a bajar. En mitad del asfalto, con la luz de la luna como linterna empezamos a caminar en dirección a nuestro destino. El diminuto espacio para peatones se acabó y hubo incluso que saltar la mediana a mil por hora entre coches que se cruzaban y nos miraban como si fuésemos una especie de aparición en mitad de la noche.
Sin poder creerlo y entre miles de sonrisas, visualizamos las banderitas rojas y de nuevo el boby que nos invitaba a pasar a un camino de tierra que conducía por fin a unas lejanas luces que configuraban el escenario. Torcimos a la izqiuierda y apareció de repente una playa cristalina que rodeaba el escenario donde minutos más tarde se subiría el motivo de nuestra apasionante aventura.
Ladys and gentleman, Mr. Joe Cocker. Con un vodka entre mis dedos asistí atónita a la aparición de lo que yo creía que sería un ejemplar casi jurásico y acabo convirtiéndose en lo más parecido a una versión renovada de Anthony Hopkins y Sir. Sean Connery. Cien por cien vestido de un negro que contrastaba con la palidez americana de su piel y el plata de su cabello. Fueron casi tres horas de un rock electrizante, de un soul sumamente erótico, de brisa marina, de oleadas de marihuana, de gotas de sal, y dedos de terciopelo… consiguieron y consiguió transportarme ciertamente a “aquellos maravillos años” a los suyos, a los míos en los que menuda escuchaba su melodía por la tele y a otros años, no tan lejanos de nueve y tantas semanas y media deliciosas, ahora enteramente recuperados.
El concierto acabó de madrugada, para entonces la playa quedó casi desierta y los fans se diluían entre las rocas como formas redondeadas entre los granos de arena formando un paisaje a carboncillo de formas humanas. La luna dibujaba una línea plateada en el horizonte y el rocío de la mañana volvió a bañar una vez más mi cuerpo cuando de repente desperté en la orilla, sana y salva eso sí, tras haber sido retenida en la arena durante más horas que las que duró el afamado concierto.