Tuesday, November 27, 2007

rainin' in paradize



En el camino existe una leve colina en la que se dibujan tres árboles. La fotografía digital debería haberse inventado allí. Supongo que algún pintor de imágenes pudo haber soñado algún día con captar ese caos de luces enfermizamente reales. Cada mañana, cada medio día, el sol baila entre los troncos ariscos, y me enamoro de los claro oscuros transparentes que regalan dinamismo a unos supuestos inamovibles seres.
Y yo me pregunto, si puedo sentir el movimiento de su sangre en la lejanía de mis arterias qué fuerza poderosa ata sus raíces a la eterna y árida tierra amarilla
No sé.
Bienvenidos al paraíso. Hoy el día parece embravecido. El azul se ha vuelto impertinentemente intenso. Ha decidido cegar mis responsables pupilas… y la niebla me visitó solo un momento. La lluvia, protagonista de la jornada, vino desairada, egoísta y presumida, y cuando empezaba a hidratar mis mejillas, desapareció, de repente. Sentí lo que siente el vaso que espera la gota de agua o el beso que espera besar o ser besado. La espera. El que espera, me parece que desespera y yo, siempre he tenido muy mala paciencia.

Obligada, pues al inminente cambio climático, mi enamorado corazón de invierno se desnuda… y sin ropa alguna, la electrizante brisa de noviembre se apoderó de mi transparente silueta. Casi etérea, decidí volver a abrigarme y esperar lo que el sol, el tiempo, la lluvia y todos los demás quieran.
Una taza de paciencia y un pistacho de escapismo: un paraíso con paraguas, un invierno desvalido… es mucho decir, el invierno es mío, sólo mío. Después de todo, ¿quién admira los ríos de agua en los cristales? Stop. Parece que, después de todo, el invierno sigue prohibido… aunque sigue siendo estrictamente mío. Guardemos los desnudos para el agua de la playa y el sol eterno abrazando cada centímetro de mil y un cuerpos desquiciados.
¿Seguimos aún sin mirar el paisaje del cielo?

Monday, November 19, 2007

molinos de uniforme


¿Las diferencias son estrictamente evidentes o es que nuestros ojos son perezosamente despistados?
El afán por el barro en cada rincón, el marrón en todas sus tonalidades y el gusto por las ruedas de carro han hecho que la mayoría empiece a aborrecer un rústico que sólo me evoca el término “cargante”. Si en arquitectura, enamora lo contemporáneo, si somos orgullosos ciudadanos del siglo veintiuno y nos regodeamos con el matrimonio gay…. ¿Estaremos en lo cierto si pensamos que aún hoy hombre y mujer somos tan radicalmente diferentes?
Asqueados de casas galdosianas y forja de uniforme... cuando el olor a asfalto, el frío sombrío de los edificios abraza los inconfesables secretos, ¿dónde está ese que aún decide atarse al pasado? Cada día me enamora lo nuevo, lo desconocido, lo que nunca he visto, los nuevos olores, los amaneceres diferentes, las duermevelas repentinas, cenas vespertinas, el desorden desorganizado de mi vida, los cigarrillos sorpresivos que aparecen y desaparecen en el momento más inesperado, como cada uno de mis interesantes parpadeos.
Las tertulias, sin embargo, sobreviven abrazadas de nuevos disfraces, caminantes rumoreadores del pasado. La comunicación es el mejor regalo de nuestros abuelos, y aún funciona el amor de la lumbre como llave a los oscuros desvanes de nuestros inconfesables deseos. La amistad para ello, es la mejor de las alfombras donde acomodarse para ver como llamea el fuego. El deseo sigue siendo el mejor de los apetitos y alimento de muchas de las sonrisas sinceras y veladas de todos y cada uno. La belleza inunda cada pálpito, y no puedo negar que me enamora el arte por el arte, no admirarlo es negarse a reconocer que la lluvia es como un polvo que renueva todas y cada una de las simientes. Quizá la frágil sinceridad sea la niebla que adormece las actuales palpitaciones y nos duerma en un feliz y nauseabundo crisol de sueño mentirosamente perfecto, aunque eternamente bello. Y entonces me pregunto ¿será que en el corazón aún seguimos comulgando con ruedas de carro? ¿O es que los molinos realmente eran gigantes?
El marrón obstruye mi mente y secuestra mis moléculas de oxígeno, por ello, me mudo a un par de cubos imperfectos, en el asfalto, paredes de papel, pero estrictamente contemporáneo: anclada en un irremediable presente, ahora sí, imperfecto, porque me hipnotiza la danza de los fuegos, chimeneas de piedra y de cuento, polvorientas piedras que ciegan, creo, mis entretenidísimas verdes pupilas.

Wednesday, November 07, 2007

tráfico



Después de tanto viajar he aprendido a dialogar con las señales de tráfico. Las conversaciones son aburridas si el interlocutor es inexistente, los amaneceres son despistados y ya han dejado de sorprenderme de repente… las pinceladas blancas del asfalto casi nunca se equivocan de dirección… y entonces, de repente, me encuentro a solas. El miedo. La soledad: protagonista de mis desquiciados temores se ha mudado al asiento de mi acompañante invisible. A mis veintiséis años empiezo a saber lo que significa tener un amigo invisible.
Una hora al día es poco tiempo en función de si la dedicas a la lectura, el deporte cardiovascular o imaginar las invisibles moléculas de la luz… para mí es un tiempo ineludiblemente importante en que obligatoriamente quedo conmigo misma y tengo que aguantar mis razonamientos novelescos, mis fantasías desorbitadas y mi reñida responsabilidad, amiga inquebrantable de la conciencia que ata las alas de mi divertida irregularidad mental. Por suerte la razón me acompaña en casi todos mis paseos y… mi locura se ha visto disminuida de manera inversamente proporcional a la subida de los precios. En este mundo tan absolutamente material, deberíamos volver a pasear por los senderos oscuros de nuestra mente. Quizá debería ponerse de moda nuevamente el psicoanálisis.
Y así, me encuentro cada mañana y cada mediodía con media hora respectiva en las que volcar cada una de mis reflexiones, cinco minutos para cada una de mis clases de la mañana, y creo que me sobran minutos para reflexionar sobre los besos que se pasean por mi cuello, el cigarrillo que me encanta fumar una vez al día y esos libros que me enamoran y no puedo tocar. Volante en mano disfruto del hiriente sol en mis dilatadas pupilas, el verde no se lleva bien con el orgulloso sol del mediodía y la lluvia se retrasa en el calendario. Yo deseo cada mañana observar el amanecer derretido en gotas de agua húmeda.
Ahuyentada por mí misma y mi imaginación desorbitada, resuelvo llegar en treinta minutos exactos a mi destino y la supuesta ordinariez del día se torna fabulosa. El código de tráfico es unidireccional, y no podrá reflexionar sobre el episodio que orquesta cada día en mi calendario. Tampoco mis reflexiones metalingüísticas diarias serán conscientes de las sonrisas que abrigan entre tanto significante, tanto sujeto supuestamente omitido y tanta metáfora surrealista… La surrealista soledad de mi otoño ahora lleva mi perfume: se llama una hora al día de miradas al asfalto, de guiños al código, y entre tanto, enamorada de las señales azules, las que no prohíben pensar ni acelerar con libertad.