En el servicio andaluz de salud los funcionarios en horario de trabajo se convierten en individuos semiciegos y semisordos. No hay otra explicación razonable al hecho de que aparezcas a las 13:55 horas de la tarde en su oficina, cumpliendo horario de atención al público, y sus miradas queden suspendidas entre sus grupillos de colegas, entre risas especiales de funcionarios…, y entre tanto, algún otro se entretiene comprando décimos de ciegos.
No fueron ni una ni dos ni tres veces las que me acerqué, miré, intenté interrumpir, miré al cielo y finalmente me cansé de esperar, consciente de que nadie se estaba percatando de mi presencia. Pasaron unos diez minutos y seguía dando vueltas cual espermatozoide impaciente a aquel óvulo de administrativos inconscientes, desconocedores de que un ser extraño a su ocioso ámbito había irrumpido en su bioclima de ordenadores polvorientos.
Para quien le interese, informo que hay abierta una bolsa de empleo público por la conserjería de salud. Fue de una de las noticias más relevantes que pude leer en los múltiples tableros que quedaban suspendidos de las paredes, aburrida de pasar por mujer invisible. Después de haberme sentado y estar absorta en mi cuaderno de notas, escribiendo la entradilla de esto que ahora leéis, un señor con barba de un par de días se acercó a mí con cara de no haber visto nunca a una chica rubia y me confirmó que mi psicólogo no tardaría en llegar. ¿Alguien sabría decir qué es peor: los males de espíritu o el dolor más terriblemente superficial? Cuando creía haber resuelto esta y otras tantas preguntas que circulaban por mi cabeza desde hace mucho, me di cuenta de que quizá el dolor físico en ocasiones supere a los desalojos mentales.
No fueron ni una ni dos ni tres veces las que me acerqué, miré, intenté interrumpir, miré al cielo y finalmente me cansé de esperar, consciente de que nadie se estaba percatando de mi presencia. Pasaron unos diez minutos y seguía dando vueltas cual espermatozoide impaciente a aquel óvulo de administrativos inconscientes, desconocedores de que un ser extraño a su ocioso ámbito había irrumpido en su bioclima de ordenadores polvorientos.
Para quien le interese, informo que hay abierta una bolsa de empleo público por la conserjería de salud. Fue de una de las noticias más relevantes que pude leer en los múltiples tableros que quedaban suspendidos de las paredes, aburrida de pasar por mujer invisible. Después de haberme sentado y estar absorta en mi cuaderno de notas, escribiendo la entradilla de esto que ahora leéis, un señor con barba de un par de días se acercó a mí con cara de no haber visto nunca a una chica rubia y me confirmó que mi psicólogo no tardaría en llegar. ¿Alguien sabría decir qué es peor: los males de espíritu o el dolor más terriblemente superficial? Cuando creía haber resuelto esta y otras tantas preguntas que circulaban por mi cabeza desde hace mucho, me di cuenta de que quizá el dolor físico en ocasiones supere a los desalojos mentales.
Tres días más tarde tuve que visitar de manera inesperada el controvertido hospital de este pueblo en el que por ahora vivo de manera accidental. Y fue de esta manera tan inesperada como mi muela del juicio decidió empezar a mover cada uno de mis perfectos perlas dentales. Un dolor horrible recorría el lado derecho de mi cara. Un domingo trágico que tocó su fin a las 00:00 cuando un amable doctor House decidió poner fin a mi sufrimiento con una inyección de calmante que adormeció por algunas horas mi cansado subsconsciente. La muela sobrevive entre antibióticos, algún “nolotil” repentino y secretas sesiones de acupuntura.
A los tres días siguientes, de nuevo cita en el hospital, esta vez en el dermatólogo. Eran las doce de la mañana cuando atravesaba el dintel de las puertas color manzana de la consulta, cinco minutos más tarde, una nueva inyección. La dermatóloga consideró oportuno hacer desaparecer la mancha que acompañaba desde mi nacimiento mi ojo derecho. Una especie de navaja paso varias veces a tres centímetros de mi ojo y algo que aún no acierto a adivinar quemó para siempre aquella imperfección tan absolutamente mía. Qué suerte que al menos pueda desaparecer alguna, tan rápido, aunque sea a golpe de bisturí, apósitos y demás objetos de orfebrería.
Lo cierto es que me parece que en una semana he cubierto el cupo hospitalario de más de un año, creo que mi contribución a la seguridad social como población activa está más que amortizada. No queda mucho más que contar desde y sobre el horripilante hospital del innombrable pueblo en el que me paseo obligada por los hilos del incomprensible destino en el que me encuentro. Para mis amig@s, aunque no tenga la mota en el ojo, me reconoceréis fácilmente, no os preocupeis, estoy bien, mi aspecto es parecido al de siempre y mi salud mental …, como los funcionarios, en las nubes, como siempre.
Lo cierto es que me parece que en una semana he cubierto el cupo hospitalario de más de un año, creo que mi contribución a la seguridad social como población activa está más que amortizada. No queda mucho más que contar desde y sobre el horripilante hospital del innombrable pueblo en el que me paseo obligada por los hilos del incomprensible destino en el que me encuentro. Para mis amig@s, aunque no tenga la mota en el ojo, me reconoceréis fácilmente, no os preocupeis, estoy bien, mi aspecto es parecido al de siempre y mi salud mental …, como los funcionarios, en las nubes, como siempre.