La directora Sofia Coppola ha querido dar una nueva y atrevida imagen de la reina más odiada por el pueblo francés. En este espectacular film rodado con una cuidadísima ambientación, no la pinta ni como una villana ni como un ídolo divino, sino tan sólo como una adolescente solitaria y confundida.
Quizá la confusión comenzase cuando cruza la frontera para poner pie por primera vez en su vida en suelo francés. La desnudan y la transforman en una verdadera princesa, el aire de campesina alemana se esfuma. El eslogan de moda es “bienvenid@ a Versalles”.
Una Mrs. Marshall bastante más interesante a mi modo de ver.
Considero que la interpretación de Kirsten Dunst no es para oscar pero sí que ha sabido reflejar el tono rosáceo que Coppola había creado no sé si para ella. La última reina de Francia es digno dinosaurio del París más glamoroso. Una especie de Lady Di a la francesa. Repetido cuento de princesa desgraciada, si entendemos en su caso por desgracia que le tocará la lotería de ser la reina de Francia pero con un inútil sexual de pareja. Resultó que el delfín era más un pato cojo que un bello mamífero de mar. Aunque es necesario sacar una lanza por el malogrado príncipe francés: el personaje histórico no ha tenido mucha suerte con el actor que le da vida, un desconocido moreno bajito con cara de nabo pero simpático, un Luis XVI postizo muy amable incluso con los escarceos de su real esposa.
El decorado es sublime. Sin duda lo mejor de la película. Los tonos cerúleos se imponen, los turquesas se difunminan en las paredes forradas de madera en tonos blancos y cenizas. Las cortinas surgen de las paredes como sucedáneos de una decoración ideada para los mismísimos dioses. Los tejidos se mueven en los patrones de Designers Guild. La elegancia inglesa se reviste de alegría y los tonos se revitalizan cándidos y rozan la perfección al mecerse entre la sonrisa divertida y la soberbia seriedad que supone el término elegancia.
Hablar de Maria Antonieta sin Manolo Blahnik es un “sinsentido”. Los zapatos se pasean por el film como en una pasarela. El canario ha diseñado cada par especialmente para que queden grabados para siempre en nuestra memoria como ejemplo de donde puede provenir lo fascinante de las raíces galas. Un gazapo: aparecen durante un par de segundos unas Converse celestes entre las fantásticas creaciones de mi amigo Blahnik. Pensemos que el personaje de Antonieta es tan ideal que quizá ella tuvo las primeras.
La banda sonora despierta los sentidos y suena un punk ochenteno de color fucsia, toques del fabuloso Mozart hacen que la mezcla resulte original, diferente, nueva.
Tomen nota por favor de la tonalidad. Coppola muestra lo que se lleva hoy. Así de simple. Un consejo sin importancia: el bronceado ya no se lleva, el pasadísimo tono zanahoria marbellí está desfasado. Palidez y fresa en las mejillas. Rostro de princesa. Hoy, un día más, como ella.
Porque la historia no sólo sirve para estudiarla, también para reinventarla.
Quizá la confusión comenzase cuando cruza la frontera para poner pie por primera vez en su vida en suelo francés. La desnudan y la transforman en una verdadera princesa, el aire de campesina alemana se esfuma. El eslogan de moda es “bienvenid@ a Versalles”.
Una Mrs. Marshall bastante más interesante a mi modo de ver.
Considero que la interpretación de Kirsten Dunst no es para oscar pero sí que ha sabido reflejar el tono rosáceo que Coppola había creado no sé si para ella. La última reina de Francia es digno dinosaurio del París más glamoroso. Una especie de Lady Di a la francesa. Repetido cuento de princesa desgraciada, si entendemos en su caso por desgracia que le tocará la lotería de ser la reina de Francia pero con un inútil sexual de pareja. Resultó que el delfín era más un pato cojo que un bello mamífero de mar. Aunque es necesario sacar una lanza por el malogrado príncipe francés: el personaje histórico no ha tenido mucha suerte con el actor que le da vida, un desconocido moreno bajito con cara de nabo pero simpático, un Luis XVI postizo muy amable incluso con los escarceos de su real esposa.
El decorado es sublime. Sin duda lo mejor de la película. Los tonos cerúleos se imponen, los turquesas se difunminan en las paredes forradas de madera en tonos blancos y cenizas. Las cortinas surgen de las paredes como sucedáneos de una decoración ideada para los mismísimos dioses. Los tejidos se mueven en los patrones de Designers Guild. La elegancia inglesa se reviste de alegría y los tonos se revitalizan cándidos y rozan la perfección al mecerse entre la sonrisa divertida y la soberbia seriedad que supone el término elegancia.
Hablar de Maria Antonieta sin Manolo Blahnik es un “sinsentido”. Los zapatos se pasean por el film como en una pasarela. El canario ha diseñado cada par especialmente para que queden grabados para siempre en nuestra memoria como ejemplo de donde puede provenir lo fascinante de las raíces galas. Un gazapo: aparecen durante un par de segundos unas Converse celestes entre las fantásticas creaciones de mi amigo Blahnik. Pensemos que el personaje de Antonieta es tan ideal que quizá ella tuvo las primeras.
La banda sonora despierta los sentidos y suena un punk ochenteno de color fucsia, toques del fabuloso Mozart hacen que la mezcla resulte original, diferente, nueva.
Tomen nota por favor de la tonalidad. Coppola muestra lo que se lleva hoy. Así de simple. Un consejo sin importancia: el bronceado ya no se lleva, el pasadísimo tono zanahoria marbellí está desfasado. Palidez y fresa en las mejillas. Rostro de princesa. Hoy, un día más, como ella.
Porque la historia no sólo sirve para estudiarla, también para reinventarla.