Cuando salí del hotel, miré al cielo agradecida que en mi semana de vacaciones secretas, la prensa no lograra encontrarme. Pero no fue del todo cierto, mis ojos verdes no habían terminado de parpadear cuando fui encontrada por un par de paparazzis. Asediada a preguntas, respondí algunas tan solo. Me siento en deuda con mis lectores, y no es justo que sean otras publicaciones quienes os den noticia mía.
El mes de agosto comenzó como una mala tormenta, nublados reales y ficticios, obligaciones, cero en tiempo libre, compromisos, cero en bronceado, solo mi melena rubia y mi cuerpo, en transformación milagrosa tras el mes en pilates, parecían estar a la altura de las circunstancias.
El viaje a Nueva York fue una guinda, tras él, destino frustrado a Egipto, y, aunque casi nadie lo supo, tengo que confesarlo, son ciertos los rumores sobre mi escapada romántica a Disney Land París. Y dicho esto, no tenía muchos más planes para finales del mes de vacaciones por excelencia en España, pero los planes se reinventan y así fue como acabé en el Mediterráneo.
El mar Mediterráneo ha sido durante mucho tiempo un destino olvidado para mí. Desde niña he veraneado en el Atlántico, encantada de pasar los meses estivales en Cádiz, en la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda, donde los anocheceres se visten de gala cada noche, donde se respiran las sonrisas..., pero este año me fue imposible acercarme a mi paraiso más querido, ya que a finales de agosto, me llamaron de Vogue. La revista iba a publicar en su número de Septiembre un reportaje de madres e hijas, mamá y yo habíamos sido elegidas, las fotos se harían en Benidorm. Una idea genial, hacía tiempo que no volvía los ojos al destino más auténticamente sesentero. El resto de la familia se animó y en un par de días hicimos las maletas, camisetas rayadas, azul marino, rojo ferrari y merceditas doradas. Destino: la costa blanca.
Benidorm es una gran ciudad, pero no satisfizo a la primera mis ideales urbanitas. Mucho fluorescente y metacrilato. Los mega edificios se asoman al mar orgullosos y no me sentí parte de todo aquello hasta que me dí cuenta que eran como hermanos menores de los rascacielos de mi adorada Nueva York.
El reportaje de Vogue trataba sobre como la gente normal también puede ser modelo, al menos por un día. Se trataba de exponer a madres e hijas vestidas por los mejores: Gucci, Dolce, Barocco... eran lo más apetecible y estaban entre las opciones. Milagrosamente, Dolce & Gabanna optó por nosotras antes de que nosotras suspirásemos por ellos. Por una tarde, las no-modelos pasaron a ser foto de portada. A la llegada, una pareja de gays vestidos de estampado negro y fucsia se acercaron, unos envíados de los italianos representaban a los astros de la moda en el Levante, nos miraron de arriba abajo, y con una sonrisa perdida y un hola de acento italiano, nos dieron la bienvenida al mundo de la moda. Tras un par de horas y varias copas de champagne, sentimos que habíamos dejado de ser no-modelos, y convertirnos para siempre en modelos de nosotras mismas, y así, imbuidas de alta costura, abandonamos la improvisada pasarela. Las fotos salen en Vogue España septiembre.
Tras la obligación, la devoción y así empezamos a disfrutar de aquella playa intensa, añil, bellísima, aunque no tanto como para superar el eterno azul griego. Mi semana ha servido para recuperar el brillo de mis ojos. Relax. De la playa a la piscina, y de la tumbona a la raqueta de tenis, genial opción para fomentar el bronceado y evitar que se manifiesten los excesos del verano. Y por la noche, visita obligada a las terrazas más cool de la playa, aunque la mejor, siempre Ku. Debería haber una en cada ciudad. Las palmeras y el chill en ella son tonificantes. ¿Sabe la gente que una amplia sesión de chill es tan beneficiosa para la mente como el mejor psicoanalista?
Y así, cuando mi piel de alabastro empezaba a tomar un leve tono dorado, surgió un accidente, en mi pecho empezaron a florecer unas manchas color fresa. Falta de protección, pensé yo, el médico opinaba lo contrario: alergia al sol. ¿Cómo podía ser? Después de veinticinco años de piel de playa, mi dermis estaba agotada de rayos ultravioletas, un pinchazo en el trasero, medicamentos, y pantalla total en crema para toda la vida, acabaron con mis ilusiones de bronceado Esteé Lauder, el erótico aceite desapareció de mis afeites y me obligaron a lo que yo ya adivinaba: nordic stile forever.
Mi piel resucitada destacaba entre los renegridos bronceados proliferantes en la ciudad, y, más que nunca, noté que deslumbraba. Los días se agotaban, pero Benidorm me deparaba aún otra sorpresa, la ciudad movió los hilos del destino para recompensar el daño en mi epidermis, y encontré todo lo que una dama desea. El mejor amigo de una mujer, cariñoso, encantador y bello, bellísimo. Se enamoró de mí y yo de él. Se hacía llamar Rufo, aunque es mundialmente conocido por mono verde africano. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, por ello os regalo la foto de arriba para que podáis comprobar en nuestros rostros la felicidad con mayúsculas. El olvidado Mediterráneo hizo que nos conociéramos y por ello nos hemos ido a vivir a él, aunque con algunos cambios, dejamos Benidorm. Si quieren comprobar nuestro amor, visítennos. Destino: Saint- Tropetz.
Les recomiendo que sigan mis pasos, mi vida ha cambiado desde entonces, Benidorm ha sido el comienzo. Y ahora, Mediterráneo, besos dorados, achampanados, pantalla total, Rufo y yo, y el sol.