Un par de días fuera de los límites sureños de Sierra Morena serían como un suero para el horripilante calor, desgastado ya en un septiembre sin expectativas.
Ifema abría sus puertas al diseño, a la decoración y ese era mi destino, o lo había sido siempre, eso creo ahora. Stands diversos, carpas, gentes de todos los colores, gafas estáticas en la nariz, modernos reinventados, clásicos perdidos, tendenciosos con las tendencias, jóvenes y mayores se acercaban al más importante salón de la decoración con una única ilusión, comprar, y autoconvencerse de que entienden el diseño y saben qué es la moda.
Y es que, señores y señoras, el diseño, como todo, posee una estructura vertebrada casi de metacrilato, un leve velo separa el buen gusto de lo depravado, y eso no es moderno ni nuevo, el buen gusto o se tiene, o no se tiene, por mucho que se estudie o por mucho que se crea poseer.
Alejense los empresarios aventajados, ilusos conocedores de este mundo, creen que por saber pasar contabilidad y ordenar sus dineros a fin de mes, sabrán descifrar la delgada línea roja que conduce al éxito o al fracaso de lo realmente bello o lo que más se asemeja a algo perfecto.
Prohibiría a todo hombre o mujer de empresa que se acerque allí, no tienen ni idea de que su cometido queda muy lejos de saber interpretar la belleza del arte.
El cobre no es que no se lleve, es que está desfasado, la loza policromada es una pieza digna del mueble bar de Sara Montiel. Precisamente, el término "mueble bar" está descatalogado en el diccionario de la decoración, definitivamente obsoleto. Para los amantes del "estilo inglés" tengo malas noticias, no se encuentran ya representantes de esa rancia tendencia. Despierten, señores y señoras anhelantes de polvo de anticuario, del mueble apolillado. El estilo inglés es otra cosa, es más que eso, es precisamente, la elegancia y ese término dista mucho de parecerse a sus intereses de burgueses desfasados.
Y dicho esto, pasemos a las tendencias, el brillo destellante es hoy más moda que nunca, las lentejuelas se descosen de los vestidos para llenar enormes jarrones de cristal y acoger entre sus deslumbrantes partículas las flores más inesperadas.
La rosa es un clásico y se mantiene en los tonos más tradicionales, el blanco, el más genial y el rojo, clásico entre los clásicos. Por lo demás, la flora más lejana, la más inesperada, se asoma salvaje al hogar, el musgo renace como una alfombra fresca oxigenada.
La gama de los morados, los rosas es más puntera que nunca, los labios, los ojos se tiñen de púrpura, pero sin dramatizar, es más pop-rock, que una tragedia del color. El rosa es el rey en el sofá, en la cortina, en la alfombra, en los adornos navideños. El dorado se mantiene en el podium, inalterable al ocaso del verano, y gana posiciones como opción inmejorable. El negro, siempre negro, se reviste un año más de sí mismo y triunfa entre todos, más acharolado que nunca, brillante y rompedor, acompañado de su opuesto, el blanco, como un clásico de la vanguardia, y, la guinda, el verde, como ideal, un color especial para gente especial.
Los sesenta están más de moda que nunca pero matizados por una vena ochentera que lo agudiza, y suprime aquel encanto ingenuo que lo caracterizaba. Y el metal, el cristal, el metacrilato como materiales básicos de hogares hechos para respirar espacio y libertad. ¿Frialdad? pueden pensarlo, no es cierto, el calor del hogar lo pone el corazón, las tendencias del otoño-invierno 2006 y 2oo7 son frescas, pilares de una casa en la que el protagonista eres tú, en la que el mueble no ocupa tu espacio, el espacio y la vida es tuyo, y la calidez, como el amor, no está en un color, ni en el roble americano, está en el corazón y para los avanzados, en la sección izquierda del cerebro. Y, la felicidad, en el aire. El resto son obstáculos, cuantos menos, mejor. En breve, las casas serán transparentes, y nosotros seremos la vida y el color. Fabuloso.