Las portadas del pasado 19 de julio reflejaban en titulares el caos que se habia producido en Manhatan tras el estallido de una tubería de vapor. El motivo del estallido es menos espectacular que la posible segunda parte de un 11S en 2007. Menos novelesco aunque más saludable.
La deflagración, que tuvo lugar a las 18.00 hora local (00.00 hora peninsular española), ocasionó una gran humareda e hizo que la policía cortase el centro de la ciudad al tráfico. La localización concreta del accidente ha sido en la calle 41 de Manhattan, muy cerca de la estación Central de trenes. El incidente ha sido originado por el reventón de una tubería subterránea de vapor de los años 20, que ha estallado provocando un cráter de unos seis metros en la calle y una inmensa columna de vapor que bordeaba los edificios, recordando las imágenes de la polvareda que invadió la ciudad con el desplome de las Torres Gemelas tras el atentado del 11-S. El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, ha afirmado en conferencia de prensa que la explosión, que ha causado un muerto, se debió a un fallo de las infraestructuras, pero "no a un ataque terrorista o criminal". Los hechos se produjeron en una hora punta en Manhattan y en una zona muy frecuentada por las miles de personas que acuden a diario a trabajar desde las localidades cercanas a Nueva York y del vecino estado de Connecticut.
Cuando a las doce de la madrugada escuché la noticia en la radio, he de reconocer que mi imaginación me dibujó un nuevo ataque hacia la ciudad de mis sueños. Parece que el señor Bush no se habría disgustado mucho si se hubiese confirmado que la explosión procedía de las manos de sus indeseables enemigos, los eternos terroristas talibanes, iraquíes y demás índoles todos bajo el denominador común de portar sangre musulmana. No ha tenido suerte, aunque quién sabe lo que realmente ocurrió en Mahattan. Quizá tiempo después se confirme que al igual que el hombre no ha pisado la Luna, también puede que las tuberías de los años 20 aun funcionen a la perfección. No obstante, me alegra pensar que un indeseable accidente nos ha salvado de una tragedia mayor, al menos esta vez no ha sido deseada la muerte, o eso parece. Mientras tanto, la suerte, una vez más, sorprende y reafirma nuestra incapacidad ante los hilos de la fortuna y nuestros destinos.
Cuando a las doce de la madrugada escuché la noticia en la radio, he de reconocer que mi imaginación me dibujó un nuevo ataque hacia la ciudad de mis sueños. Parece que el señor Bush no se habría disgustado mucho si se hubiese confirmado que la explosión procedía de las manos de sus indeseables enemigos, los eternos terroristas talibanes, iraquíes y demás índoles todos bajo el denominador común de portar sangre musulmana. No ha tenido suerte, aunque quién sabe lo que realmente ocurrió en Mahattan. Quizá tiempo después se confirme que al igual que el hombre no ha pisado la Luna, también puede que las tuberías de los años 20 aun funcionen a la perfección. No obstante, me alegra pensar que un indeseable accidente nos ha salvado de una tragedia mayor, al menos esta vez no ha sido deseada la muerte, o eso parece. Mientras tanto, la suerte, una vez más, sorprende y reafirma nuestra incapacidad ante los hilos de la fortuna y nuestros destinos.