Obras en la calle de al lado. El gris otoñal se muda a las aceras, polvo por las esquinas y ruidos vespertinos. Los cascos de protección son las pamelas del desfile de individuos desconocidos cuando temprano hago que paseo por las calles. Un viejo edificio derruido parece una vieja mujer desnuda. Cortinas floreadas destintadas, olvidados huecos forrados de azulejos crema en los que adorar algún almanaque publicitario del que ya sólo queda un dibujo decolorido y un diciembre caducado. Carrito de la compra de cuadros rojos plastificados, zapatillas negras de toalla, platos y vasos de vidrio grueso, flores de plástico en la nevera, pan blando para combinar con las velas que aún esperan un corte inminente en el que demostrar su carrera.
¿Por qué escribir de una vieja? Porque todos algún día seremos como ellas. Creo que lo más fantástico que puede ocurrirnos al envejecer es perder la cabeza. Recuperar la locura, es como poder vivir una segunda juventud. Quizá un loco jubilado sea el énves de un adolecente recién despertado. ¿Qué cartas quedan aún por levantar cuando se cumplen los setenta y tantos? Viajes de autobús, excursiones de jubilados, hogares patéticos, jardines de hojas de plástico, partidas de dominó, pérdidas de memoria, gotas de orina...
Prefiero perder mil veces mi cabeza y perderme mi vejez a padecerla golpe a golpe, cada día. Prefiero olvidar cada libro leído de un plumazo, como un apagón tremendo, a que mi cerebro se deshidrate "piano piano".
Porque ya también se habrán agotado las sentencias de viejo y el viejo libro de recuerdos, la búsqueda del consejo, las cremas antiarrugas, porque ya te sentirás mal si tu pelo cano no deslumbra como la luna llena a los enamorados, como la niebla en febrero, y que tras una vida, sólo sienta míos, sólo me reconozca en unos ojos verdes de recuerdo, perdidos detrás de mi espejo, vivos, pero no por mucho tiempo. Preferimos vidas cortas, juventudes eternas, fármacos antioxidantes, no deseamos rostros plastificados, yo quiero un corazón joven, ojos brillantes hasta el día en que la vida me despiste, el resto de mi vida, alegria de merienda a la salida del colegio, y risas con olor a juguetes nuevos.