Wednesday, February 28, 2007

las patas de la araña


La pasada mañana tomé mi taza de café al instante de abrir los ojos. Últimamente ando mal de tiempo, y mis pequeños placeres se han visto reducidos a segundos de placeres, quedando los minutos relegados ya a épocas de mayor bonanza en lo referido al adorable arte de perder el tiempo. Ahora para perderme he decidido utilizar un mecanismo nada nuevo pero bastante efectivo: la imaginación, y cuando falla, algunas veces, siempre quedan los polvorientos fragmentos que sobrevuelan el rincón de los recuerdos.
Y tras la taza de café, la ducha, rápida e hirviendo, con la piel humeante y las mejillas bermejas a juego con el resto del cuerpo semitostado bajo las gotas fogosas del agua en las mañanas heladas de febrero. Cuando pude darme cuenta casi había agotado los diez minutos con que contaba para mi aseo personal matutino, mientras tanto agitaba fuerte la toalla para secarme a toda prisa y empezar a vestirme. Me disponía a colgar la toalla en la percha a la vez que me enfundaba un calcetín, creía haberla dejado en la percha, pero no fue así, el peso de la prenda húmeda tomó una dirección errónea y en lugar de ir a parar directa al suelo, fue a estrellarse contra un frasco de perfume que sobrevía hace años en la diminuta estantería del cuarto de baño.
El frasco de la discordia no era un perfume cualquiera, acompañaba a mi madre desde su más tierna juventud, casi desde su boda con mi padre. Era uno de esos perfumes con fondo de azahar y no era un frasco tal cual. Se trataba de una pequeña escultura, una damisela sentada con los brazos en alto, que se cepillaba el cabello con gesto asustadizo porque una araña ascendía por los bajos de su falda...
Casi no recordaba la existencia del mismo, a pesar de ver su reflejo y el mío cada mañana; había empezado a formar parte quizá de un miembro más de mi cuerpo. Mientras recogía los fragmentos de los cristales en el suelo bañados de ese olor a perfume viejo, olvidé por un momento mi falta de tiempo. La prisa desapareció y me ví imbuida en una burbuja de olor que había casi olvidado. Fueron las notas de aquel perfume derramado en el suelo las que me trasladaron a mis cinco años, y me ví en el espejo, de nuevo, con el pelo mojado, mi madre detrás, lo desenrredaba, me partía una perfecta raya en el cabello y un par de trenzas. Miré más abajo, un uniforme gris. Me disponía a ir al colegio, veinte años menos en un parpadeo. Volví a olfatear y apareció mi madre con un vestido de enormes cuadros rojos y negros bajo árboles, quizá en un huerto... Me froté los ojos, y volví a ver a mi madre frente al baño, en mi dormitorio doblando mi pijama, mi mochila, una caperucita en la pared... Mi padre irrumpió en el baño de azulejos gigantes azules con su diminuto coche de entonces, un champú "timotei" en la mano, un chandal rojo en la percha, unos zapatos talla 28, olor a cocido en la cocina, mi hermano en zapatillas de deporte, las témperas derramadas en la cartulina, era temprano...
Volvía en mí mientras me daba cuenta de que aquella figurita de perfume era irrecuperable, y para colmo se manchaba de lunares rojos procedentes del corte de mi dedo índice. Se había roto en mil pedazos que nadaban en aquel líquido embriagador, y entre los miles pedacitos uno se había salvado como una cascara de una vasija paleolítica. Sólo un trozo sobrevivió al desastre, justo el que ocupaba aquella araña que ascendía por la falda de la muñeca. Aquella araña me había llamado la atención siempre y de nuevo ahora era protagonista. A veces me imaginaba que era yo quien veía como un enorme arácnido trepaba por mis piernas y me quedaba inmóvil de terror. El desagradable bicho había sobrevivido y espantaba los últimos coletazos del oloroso líquido desparramado en el suelo. Acariciar las patas redondeadas del animal en la porcelana hizo que tomara contacto de nuevo con la realidad y me escapara de aquella burbuja de olores reconcentrados. El frasco se rompió y el perfume encerrado en él durante tanto tiempo, volvió a mi nariz e hizo que volviese a los últimos instantes quizá que olí aquel rastro. Y la araña... sobrevivía como mis temores sobreviven al paso del tiempo. Los mismos que entonces. Decidí no lavarme las manos y pasé la mañana con los dedos bañados en el perfume del pasado, recordando como había perdido un objeto que había creído insignificante, quizá mi particular máquina del tiempo.

Los diez minutos del aseo aún no se habían agotado, algo extraño cuando sentía que habían pasado casi un par de horas. Eran las nueve menos cuarto de la mañana. Enfundada en mi peto gris de uniforme, caminaba un día más al colegio mientras olizqueaba el bocadillo del desayuno y me perdía en los muñecos de mi carpeta rosa, pensativa. Aún no entendía por qué fenómeno extraño había visto a una veintañera en mi espejo aquella mañana mientras mi madre me desenrredaba el pelo. Salí corriendo, una araña se posaba casi invisible entre mis dedos.

3 comments:

Anonymous said...

¿Qué quieres que te diga? Me ha gustado muchísimo. Gracias por compartir conmigo un poquito de tu infancia.
Rubita...eres un primor; y con uniforme gris pareces una muñequita de porcelana.

Anonymous said...

mu bonito, pero tu hermano es algo mas que unas zapatillass de deporte. Pero bueno me sirven y me gustan. Ademas vaya bulla que no te has llevado. Yo hubiera muerto en ese momento. El increible Hulk no aparecio esa mañana porque probablemente el nexo con el pasado ya era hora de romperlo.

Anonymous said...

Eres como un cristal, limpio y perfecto. Incluso tu perfecccion te ha hecho ser una puerta hacia otra dimension, una maquina del tiempo tan delgada, curva, recta, modificable y en continua evolucion.