Hasta se han agotado los capítulos de Sexo en Nueva York, mi única diversión después de mis eternos libros. Sólo queda el martini adicional y propio que cada quien se quiera autofabricar. Últimamente me he quedado sin palabras. ¿Quién duda de el final de algo? Todo se acaba, todo, menos el amor, si es que el tuyo es verdadero, claro.
El coche se rompe. Señales. Ver a tu profesora de literatura preferida en cada rincón repitiéndote que la plaza es tuya no es una señal, es sólo tu profesora preferida dando vueltas. Encontrar un trébol de cuatro hojas y guardarlo con esmero en tu libro preferido, no es ser una mujer con suerte, es ser una ilusa. Que cuando comes nueces en octubre llegue a tus manos una dividida en tres partes, no es que eres especial y la naturaleza te anuncia un destino especial, no; es solo una nuez extraña. Que tu hayas soñado ser toda tu vida con ser profesora, es... eso, sólo un sueño. Así es que el diagnóstico que me dieron es el de enferma de idealismo, soñadora crónica, definitivamente loca, loca, pero de ilusión. Así de enferma estaba yo.
Hoy, me he curado, rodeada de montones de arena, reducto de estatuas derrumbadas por el aire. La terapia: me obligan a volver al mundo, ¿por qué mejor no me dejan esconderme en mi sillón y perderme en mis libros? Hoy pido un descanso a mi persona. El partido puede suspenderse por un tiempo, no lloraré porque se difumine mi vida entre tanto. Necesito sonreir.
Las pequeñas necedades, que los ilusos como yo, creemos señales, se convirtieron en seres importantes y a los que de manera inconsciente les otorgué un poder que no supe controlar. Olvidé cuál es su función en la vida y de repente, me sorprendí bajo una sombra que oscurecía mi persona, como un gigante de sueños del que yo iba a ser paradójicamente su alimento. Crecieron como ilusiones sin sentido, se reprodujeron como setas junto a árboles, al amor de la brisa más fresca, en el resquicio más azulado de mi mente, allá donde sobreviven hoy ya sólo algunos sueños.
En ese bosque de sombras, de verde intenso ha sobrevivido hasta hoy una de mis últimas manías: contar dígitos de cifras. Los dígitos de mi cumpleaños, de mi DNI, de su cumpleaños, de mi fatídico número de opositor, etc. Cuando salieron las bolas del primer exámen, fueron los temas cinco y cincuenta, sumados, dan diez, un número redondo. Y mi mente se imaginó que eso, unido a que aquel tema lo sábía de principio a fin, me ayudaría a que en un futuro próximo, mi futuro fuera de diez. Nada salió redondo ni tampoco sumó diez. Lo más triste de todas estas autofórmulas de sonrisas inventadas, cafeina de pensamientos, es que acabas creyéndotelas y es cuando la ilusión desvanecida te mata, como un aire disfrazadamente adulterado.
Lo mismo ocurrió con las reliquias y demás objetos de índole religiosa, de nada me sirvió el rosario milagroso, milagroso de veras, pero no tanto para salvarme de las injustas tres décimas que me separaban de aquel ridículo cinco que era mío. Para quienes como yo, pensaban que encontrarse una araña daba buena suerte, desde aquí les abro los ojos a la realidad: tampoco es cierto. Las arañas son animalillos, componentes del medio rural y, si aparecen en nuestro medio urbano, es por dejar una ventana abierta o por el último cactus que adorna la habitación. Así es que que nadie rodee nunca más una escalera por miedo a pasar por debajo, sigan su camino, la desgracia no está en los signos, nada más absurdo, la desgracia, la suerte, la risa, el tormento, como el azul y el amarillo están en el contexto.
Quintiliano no entendía la originalidad, un concepto muy romántico, sino que opinaba que todo estaba inventado ya, sólo era cuestión de desempolvarlo y colorearlo ayudados de la retórica. Algo semejante opino yo, los romanos eran demasiado supersticiosos, olvidémonos de augurios absurdos, que no nos asusten más leyendas, ni esperanzas piratas. Todo está, sonríe mientras llega, nada más. Ahora he decidido no perder el tiempo adivinando, ilusionada en señales que despisten mi rumbo, la meta está y esa no se me pierde, el resto no es más que otra manera de perder el tiempo.
La fábrica de sueños por ahora está arruinada, no llamen ahora a esa puerta, se adivina cerrada por segundos indefinidos en la melodía del tiempo... y, los pies, fríos en el suelo.