Sunday, May 07, 2006

La cuadratura del círculo


Domingo, lectura de periódicos y revistas, entre mis manos: El País. En la revista de éste, El País Semanal, aparece un artículo de Rosa Montero cada semana, me gusta leerla, a ella y a Javier Marías, entre otros. Pues bien, en este caso cuenta una historia curiosa que os narraré a grandes pinceladas, para los interesados en ampliar datos remítanse al propio de artículo de la escritora.
"Hay un libro raro de Raymond Queneau titulado Locos literarios que hace una especie de inventario de chiflados y excéntricos franceses, la mayoría del siglo XIX".
Uno de los rasgos más repetitivos de estos locos literarios es su obsesión por ser extraordinarios. La percepción de ser de algún modo especial y de que lo que sientes sólo lo sientes tú, es paradójicamente, una de las emociones más comunes y vulgares del ser humano. Gran verdad.
Una de las ramas más nutridas de la extravagancia es la de aquellos individuos que creen haber resuelto la cuadratura del círculo. Existió un cuadrador maravilloso, que también aparece en este libro, se trata de Joseph Lacomme, un campesino pobre e ignorante nacido en 1792.
El hecho: quería pavimentar el fondo de su pozo. Le preguntó al profesor de matemáticas del pueblo cuántos bloques de piedra necesitaba para un pozo de "X" anchura. El profesor le contestó que no podía darle una respuesta pues nadie aún había encontrado todavía la relación exacta de la circunferencia con el diámetro. Esta relación, naturalmente es Pi.
El asunto del pozo acaecía en 1836 y la demostración de la trascendencia de "pi" no la conseguiría Lindeman hasta 1882. Entonces nuestro obrero estaba en su derecho de aspirar a resolver el problema.
Lo hizo, vendió sus pertenencias y se dedicó a construir cubos y cilindros, a llenarlos de agua, a pesarlos... Por medio de sus cálculos y de sus experimentos con agua llegó a la muy aproximada cifra de 3, eso sí, sin decimales. Y ahí empezó su larga agonía. Quiso presentar sus estudios alas diversas academias de ciencia francesas, pero lógicamente fue tratado de loco, vejado, encarcelado y maltratado.
Final feliz: casi septuagenario logró que la Sociedad de las Ciencias y las Artes de París reconociera su labor con medallas y diplomas.
Comenta al final del artículo, la señora Rosa Montero que quizá si Lacomme hubiera pertenecido a otra clase social, otra educación, tal vez no hubiera sido llamado loco, sino genio. Buena reflexión, compañera, si al final entre locos y raros siempre anda el juego, y... normalmente es mejor estar loco que cuerdo, para mí, sin duda.

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